
En el artículo que le dedicamos al libro The King of Vodka, nombramos a Pyotr Alexandrovich Smirnov, fundador de los vodkas Smirnoff y precursor de este destilado desde sus inicio, pero no profundizamos en su interesante historia. La historia de cómo el vodka podría haber desaparecido o, al menos, no llegar a extenderse por el mundo en el siglo XX.
Pyotr Alexandrovich Smirnov (o Piotr Arsenyevich, como también es escrito su nombre), se convirtió gracias a sus vodkas, en uno de los hombres más ricos de Rusia. Proveniente de una familia humilde, un billete de lotería premiado que le llegó prácticamente por azar, le dieron el empujón para empezar. Con una simple licorería y la determinación a la hora de emprender, Smirnov consiguió hacerse con la cantidad de dinero necesaria para montar su propia destilería y hacer sus vodkas. Así, nacieron los primeros vodkas Smirnoff.
Con la calidad de sus productos y la del vodka, consumido desde el siglo XVIII por las grandes monarquías de la vieja Europa, este tendero venido a dueño de una importante destilería se hizo uno de los hombres más ricos de Rusia. Pero su imperio, en 1887 se vino abajo de la mano del zar Nicolás Segundo, el cual monopolizó el sector de las bebidas arrebatando las posesiones de Smirnov durante la Revolución Bolchevique.
Años después, en el 1898, su hijo Piotr intentó rescatar la bebida importándola a países como Turquía o Francia, donde surgió el nombre de los vodkas como hoy lo conocemos: Smirnoff. Estos intentos, acertados pero no demasiado efectivos, deribaron en la cesión de derechos sobre la marca y sus vodkas al judío Rudolph Kunnet, quién llevó los destilados hasta el continente americano.
Hasta nuestros días, en los cuales Smirnoff es tenido otras manos, las de la multinacional Diageo, es uno de los vodkas más vendidos y conocidos del mundo y está presente en más de 130 países.